El dilema argentino de cara a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales

El diccionario de la RAE define dos acepciones para la palabra “dilema”. Una se refiere a toda “situación en la que es necesario elegir entre dos opciones igualmente buenas o malas”. Otra, de corte más filosófico, define un argumento “formado por dos proposiciones contrarias disyuntivamente, de tal manera que, negada o concedida cualquiera de las dos, queda demostrada una determinada conclusión”. 

Los argentinos y argentinas llamados a votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales (ballotage contemplado en la reforma constitucional de 1994 para los casos en que ningún candidato presidencial obtenga más del 50 % de los votos, o un 40 % con un mínimo de 10 puntos de ventaja sobre el segundo) se enfrentan a un dilema en el primer sentido, y está por verse si también se enfrentarán a un dilema en la segunda acepción.

Por un lado, Sergio Massa, el actual ministro de Economía del gobierno de Alberto Fernández (cuya vicepresidencia ocupa la expresidenta Cristina Kirchner), representante de un sector del heterogéneo peronismo agrupado en la alianza Unión por la Patria y político profesional que en casi tres décadas de carrera se ha ubicado diversa y sucesivamente en varios espacios del espectro ideológico. Massa, sorpresivamente, obtuvo un 36,7 % de los votos y casi diez millones de papeletas el 23 de octubre. 

Por otro lado, el heterodoxo Javier Milei, diputado y fundador y líder de La Libertad Avanza, que obtuvo en las elecciones de octubre un 30 % de los votos y casi 8 millones de sufragios, apoyado mayormente por un voto protesta y muy popular entre los jóvenes. Milei ha recibido el respaldo de Patricia Bullrich, la candidata de la alianza de centroderecha Juntos por el Cambio del expresidente Mauricio Macri. 

Las encuestas de las últimas semanas muestran apenas variaciones, dibujan un escenario de empate y se ubican en márgenes de error técnico entre los dos candidatos. Los indecisos, que dependiendo de la encuesta oscilan entre el 6 % y el 10 %, podrían resultar decisivos, en un sistema, por otra parte, en que el voto es obligatorio y la participación ronda en torno al 70 %. Es incierto si el debate del pasado domingo, en el que Milei tuvo problemas para imponer una línea efectiva de críticas a Masa y de defender sus polémicas propuestas, ha contribuido a decantar decisiones. 

Las claves de la elección

Aunque la Argentina suele ser un país prolífico en sorpresas electorales, las que se dirimen el próximo domingo tienen tres rasgos diferenciales

En primer lugar, la economía, que ha sido tradicionalmente el factor decisivo del sistema electoral, no parece estar jugando un papel definitorio en las preferencias de los votantes

Buen testimonio de ello es que el oficialista candidato de Unión por la Patria obtuvo casi 2 millones más de votos que Milei y es el ministro responsable de una economía con una inflación anualizada en torno al 140 % (récord que ubica a la Argentina como el cuarto país con más inflación del planeta, solo por detrás de Venezuela, Zimbabue y Sudán, según datos del FMI), un nivel de pobreza que afecta al 40 % de la población y un sistema bimonetario de facto (en el que conviven el peso, devaluado un 55 % en los últimos 12 meses, y el dólar, cuyo precio depende de la referencia de casi 20 cotizaciones distintas: blue, contado con liquidación, “dólar Qatar”, turista, etc.)

En segundo lugar, las elecciones de 2023 consolidan una tendencia que ya venía observándose en la Argentina en los últimos años: la estructuración de candidaturas en bloques

Con la progresiva desaparición del sistema de partidos, las elecciones del hiperpresidencialista republicanismo argentino suelen enfrentar a alianzas más o menos estables, formadas indefectiblemente con un propósito de funcionar como maquinaria electoral. Este sistema de alianzas, de por sí inestable, se da en un sistema en que las elecciones presidenciales solo coinciden parcialmente con las legislativas, con renovación parcial de las cámaras de Diputados y Senadores cada dos años. 

El resultado de alianzas frágiles y elecciones constantes (a las que se suman las PASO, primarias abiertas, simultáneas y obligatorias) se traduce en una inestabilidad política constante, que parece haber alcanzado en 2023 un punto álgido. 

En tercer lugar, el eje kirchnerismo – antikirchnerismo parece haber dejado de funcionar como un eje estructurador de las alianzas y dado paso a un “bibloquismo” en el que se delinean: 

  1. una opción que podríamos llamar de reformismo/cambio en la continuidad, representada por el oficialista Massa y que engarza con la tradición camaleónica de las diversas variantes del peronismo. Massa sostiene el papel de intervención del Estado y en la necesidad de políticas redistributivas, pero apunta tibiamente a un cambio de política hacia el sector agrario exportador. 
  2. una forma de populismo radical anarcolibertario que rechaza completamente lo que Milei llama “la casta” y propugna la desaparición del Banco Central, la dolarización de la economía y la reducción a casi la mitad de la estructura ministerial del gobierno (en la actualidad existen 19 ministerios, incluidos algunos creados en 2019 como el de de las Mujeres, Géneros y Diversidad o el de Desarrollo Territorial y Hábitat)​ a su mínima expresión.

La peculiaridad en 2023 de las tradicionalmente peculiares elecciones argentinas es, así, mayor: unas elecciones sin un candidato claramente dominante, en las que la economía, en estado crítico, no parece jugar un papel decisivo, y en las que el eje kirchnerismo / antikirchnerismo ya no funciona como estructurador de las tendencias de voto.

Los argentinos, en su dilema, elegirán entre dos opciones políticas, pero es una incógnita si las elecciones conducirán a una resolución de la crítica situación del país. 

Y es que cualquiera de los dos candidatos que resulte vencedor se encontrará con el factor irrenunciable de la economía. Aunque no parece estar pesando en las decisiones de los votantes, la economía continuará gravitando sobre la Argentina, necesitada de volver a negociar créditos internacionales en un contexto global muy adverso, con una devaluación del peso quizás inevitable y los riesgos ciertos de una hiperinflación. 

Román Espino, director de Comunicación de Eurostar Mediagroup.

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