Las urnas se han vuelto a abrir. Los ciudadanos se han pronunciado, alumbrando un resultado que, por el incremento de la complejidad del escenario que nos deja, pareciese un resarcimiento con unos líderes a quienes responsabilizan de la repetición electoral. Si la fragmentación tras el 28A hacía muy complicado el acuerdo, el camino para la gobernabilidad tras las elecciones de este domingo parece incluso más tortuoso. Lo será previsiblemente para unos responsables políticos inmersos –al menos hasta la fecha- en una cultura más propensa al bloqueo y al veto que a la negociación y al pacto. Hará falta aprender a situar, por encima de los intereses, el interés general, la gobernabilidad y la estabilidad.
La bajada de la participación resulta insuficiente para explicar el resultado electoral. La abstención subió casi un 6% respecto al mes de abril, lo que ha impedido alcanzar al 70% del censo de votantes, pero imputar las subidas y bajadas de partidos y, sobre todo, entre bloques, a este hecho, es estadísticamente incorrecto. El Partido Socialista ganó las elecciones, pero se dejó por el camino tres escaños bajando hasta los 120, mientras que el Partido Popular, que sufrió en abril el mayor descalabro de su historia, pudo resarcirse en cierto modo, ya que consiguió 22 escaños más, situándose en los 88. La sorpresa vino de la mano de VOX, que siguiendo la tendencia detectada por Sigma Dos en sus últimos trackings demoscópicos, consiguió duplicar sus resultados, obteniendo 28 actas más, lo que supone 52 diputados y ser tercera fuerza política del país, dando el sorpasso a Ciudadanos y Unidas Podemos en toda España, y al PP en feudos significativos como Murcia. El líder de la formación morada no evitó empeorar sus resultados, pero sí resistió en un contexto muy hostil. Estas elecciones han servido para conocer el suelo de votantes dispuestos a escoger la papeleta de Unidas Podemos en casi cualquier escenario, obteniendo 7 escaños menos que la vez anterior (35 en total). El descalabro sin paliativos de una noche electoral que supo agridulce a todos menos a Vox llegó de la mano de Ciudadanos. El que fuese tercer partido nacional y llave de gobierno, se dejó por el camino 47 escaños, quedándose tan solo con 10 (partido que según los sondeos de Sigma Dos presentaba la mayor volatilidad del voto, menor fidelización y mayor arrepentimiento del votante respecto al 28 de abril). Esto ha provocado que su líder, Albert Rivera, haya presentado su dimisión como, hasta la fecha, único líder que ha conocido la formación naranja y renuncie a su acta de diputado, abandonando la vida política. Por su parte, como también detectaron las encuestas de Sigma Dos, Más País no ha sido capaz de lograr grupo parlamentario propio y se han tenido que conformar con 3 escaños, lejos de las previsiones que en un primer momento tuvieron en el partido de Íñigo Errejón.

Las causas y los efectos de estos resultados electorales han de analizarse con el detenimiento necesario, pero en un primer análisis ya se puede detectar que Vox consiguió en campaña ganar la batalla del relato, convirtiéndose en el elemento central de las elecciones y obligando a todas a adaptar sus mensajes y sus estrategias. Los partidos del bloque conservador se vieron empujados a abandonar el centro derecha para poder competir con Vox, mientras que, en el bloque progresista, el PSOE centró ideológicamente su discurso a fin de no perder votos por la cuestión territorial, trasvase que finalmente no logró frenar. Unidas Podemos y Más País decidieron no adherirse a esa estrategia, pero eso tampoco fue suficiente a la hora de cosechar mejores resultados. Lo ocurrido con Ciudadanos, no por esperado sorprende menos. El partido que tuvo en su mano conformar gobierno con Pedro Sánchez, ha experimentado un profundo cambió en la percepción de los españoles desde que emergió en el Congreso de los Diputados en 2015. Un partido que, en el imaginario ciudadano, pasó de ser el adalid de la regeneración democrática, el apoyo a las clases medias o a los autónomos, etc., a percibirse como un actor con gran responsabilidad en la crispación relativa a la crisis en Cataluña y sin capacidad de pivotar y funcionar de bisagra para facilitar la gobernabilidad de España sin el concurso de las fuerzas nacionalistas. Con el paso del tiempo terminó desdibujándose y alejándose del centro pragmático desde el que nacieron. Su “no es no” a Sánchez terminó por dilapidar en tan solo seis meses el importantísimo apoyo que recibió en abril.
Tras las elecciones, llega el tiempo de los políticos y de la política. Ahora es cuando tendrán que sentarse y negociar para conformar gobierno. Tan solo Pedro Sánchez tiene opciones para intentar formar alguna mayoría parlamentaria, para lo cual tendría que decidir si prefiere pactar a su izquierda o a su derecha. El bloque de izquierdas, que no llegaría a la mayoría absoluta necesaria en primera vuelta ni a la simple requerida en segunda, necesitaría también los votos a favor o abstenciones de partidos nacionalistas y regionalistas, ecuación de la cual se podría prescindir de ERC si Ciudadanos entrase en la jugada. Una opción que ya se bautizó por sus adversarios como “pacto Frankenstein” tras la moción de censura que sacó del poder a Mariano Rajoy y aupó a Pedro Sánchez. La otra alternativa, descartada por activa y pasiva en campaña electoral por ambos líderes, sería conformar una gran coalición, en la que PSOE y PP conformasen un gobierno bicolor al estilo alemán, algo que, de suceder, tendría el respaldo de 208 diputados de los 350 que conforman la Cámara Baja. Se descarta la opción de lo que han venido en llamar abstención patriótica del PP, toda vez que no serviría de nada puesto que seguiría habiendo más noes que síes, a menos que se sumasen otras formaciones.
En cualquier caso, parece difícil que los españoles, que ya perciben la política como el segundo mayor problema nacional, tengan tanta paciencia en esta ocasión. Lo que reclaman es la conformación de un gobierno estable que permita acometer las reformas e implantar las políticas públicas necesarias para el país. Teniendo en cuenta que los Presupuestos Generales del Estado, prorrogados por el propio gobierno de Sánchez, fueron los que el último ejecutivo de Mariano Rajoy elaboró para el año 2018, tal vez se vea con mayor claridad la parálisis a la que está sometida el país. Este es el momento, que mucho vienen reclamando, para ser más pragmáticos que ideológicos, para que la política sea una solución, y no obstáculo, para las políticas. Es el momento de hacer política de Estado, de mirar a los españoles como ciudadanos en toda su dimensión y no exclusivamente como votantes, de velar más por su bienestar que codiciar su voto.
Alberto García Martín (Director de Asuntos Públicos de Sigma Dos)
Luis Sauceda Parejo (Técnico de Asuntos Públicos de Sigma Dos)