Gerardo Iracheta, presidente de Sigma Dos, indica en esta tribuna para El Mundo que, en su recepción del premio a Madrileño del año, en 2022, a manos del alcalde, el Premio Nobel Mario Vargas Llosa definió la «libertad de Madrid» como nuestra «garantía de futuro». «La libertad -prosiguió el escribidor de Arequipa- es el perfume que se respira en las calles de Madrid y es una obligación mantenerla». La libertad de nuestras calles es esa energía constantemente renovable que perfuma el Madrid de Vargas Llosa, y por el que, en palabras de otro madrileño, Miguel de Cervantes, «se puede y debe aventurar la vida». Y, sobre todo, es el viento que ha empujado a Madrid a muchos ciudadanos hispanoamericanos que ahora son nuestros vecinos, y que sienten que aquí, como en ningún otro sitio, pueden combinar su identidad de origen con la de acogida sin que una estorbe a la otra, sin exclusiones ni desgarros internos. En La Latina, en Getafe o en Alcalá de Henares, el ceviche es compatible con el bocadillo de calamares.
Otro cronista que convirtió la villa en un género literario, Paco Umbral, definió a Madrid como «la ciudad más abierta de Europa». El propio escritor, nacido en Lavapiés, afirmaba que «Madrid es esta ciudad que amo y donde la gente no parece esperar la muerte» y, aunque en la movida madrileña se popularizó aquello de «Madrid me mata», en realidad esta afirmación, utilizada por Luis Antonio de Villena en una de sus novelas sobre la época, nada tenía que ver con la guadaña: era más bien el rabioso grito de vida de unos jóvenes que, apadrinados por Tierno Galván, se lanzaron a conquistar Madrid para un nuevo periodo democrático, a reasfaltar Madrid con una creatividad irreverente -y a ratos, impregnada de saludable insolencia-; o inversamente, se dejaron colonizar por el laberinto emocional de una urbe que entendió que, para que encontrar su lugar en el mundo, debía antes encontrarse a sí misma. Y lo hizo en la cultura, la libertad y su apertura al otro, al que viene de fuera.
Precisamente porque Madrid hace muchos años que sabe lo que es, se siente capaz de reivindicar su espacio en una globalización en la que, como señala la socióloga Saskia Sassen, más que los estados y las naciones, compiten las ciudades. Hace veinte años Madrid no aparecía en el listado de las principales ciudades globales y hoy está en ellas por derecho propio. Si en los 80 la ciudad se reinventó con la energía de los hijos del baby boom, desde 2015 otra ola humana participa en su reinvención: la comunidad hispanoamericana. Son, de manera figurada y real, nuestros descubridores para el mundo, los mensajeros de nuestra vida tan particular, los emisarios de una realidad tan imperfecta como difícilmente imitable.
Su llegada y su reconquista inversa han elevado a Madrid en el escalafón mundial de la influencia social y política. Suele decirse que Londres es el hogar europeo de indios y paquistaníes, Berlín de las comunidades turcas, y París de los africanos francófonos. Madrid, por derecho propio, se ha convertido en la casa global para los hispanoamericanos (con permiso de Miami).