El “Facebookleak” puede que esté dejando entrever las vulnerabilidades del sistema democrático en la era digital: una filtración de datos personales de más de 50 millones de usuarios, que fueron utilizados por la empresa Cambridge Analytica para diseñar acciones publicitarias en la campaña a favor del Brexit y en la campaña de Donald Trump para las presidenciales de los Estados Unidos.
La violación de la privacidad de los usuarios ha generado una ola de desconfianza en todo el mundo, y ha puesto a la defensiva a la red social y a Mark Zuckerberg, su fundador y principal accionista: Facebook perdió esta semana casi un 9 % de su cotización en bolsa, unos 45.000 millones de dólares, en una crisis de confianza y de reputación que continúa escalando.
Las sospechas sobre los fallos de la “democracia digital” de Facebook no son nuevas, y la filtración masiva de datos viene a sumarse a otros escándalos como el de la compra de millonarios avisos publicitarios destinados a favorecer la campaña de Trump y realizados por agentes rusos o la difusión de fake news difundidas por bots a través de la red social. En su conjunto, estas prácticas conforman una estrategia de influencia política basada en la extraordinaria capacidad de segmentación que tiene Facebook, gracias a sus volúmenes de datos sobre los más de 2.2 billones de usuarios que tiene. El caso de Cambridge Analytica es, probablemente, solo la punta del iceberg de las empresas de datos que han utilizado los loopholes, las irregularidades o inadvertencias de la seguridad de Facebook.
En una época en la que los valores asociados a la privacidad de los datos personales es tema de la agenda pública, Facebook ha respondido lentamente, por detrás de los acontecimientos. Mark Zuckerberg, tras días sin dar explicaciones públicas, finalmente concedió el miércoles una entrevista a CNN y al The New York Times, pero se limitó a indicar que estaban trabajando sobre mejoras para la red social y que se contratarían más humanos para revisar el contenido controversial. Facebook también ha lanzado en México un programa contra las fake news, de cara a las elecciones presidenciales del próximo 1 de julio, pero la iniciativa debe ser leída por lo que no dice: las noticias falsas ya han inundado los muros de los usuarios de la red social en el país latinoamericano.
La influencia de las redes sociales a través de noticias falsas y publicidad segmentada, en prácticas que rozan la ilegalidad, ya es parte del panorama electoral mundial. Así, por ejemplo, en las pasadas elecciones en Cataluña el 21 de diciembre se apuntó a la difusión masiva de mensajes electorales y noticias erróneas a través de las redes, e incluso un estudio del Real Instituto Elcano alertó sobre el poder de la desinformación como arma para socavar a las democracias occidentales, apuntando directamente a Rusia.
En el caso de Cambridge Analytica, la empresa desarrolló un sencillo sistema, a través de la instalación de una app en Facebook. La app incluía un test de personalidad al que contestaban los usuarios. Con los resultados, se clasificaba a quienes respondían en una escala conocida como “OCEAN”, iniciales en inglés para “openness”, “conscientiousness”, “extroversion”, “agreeableness”, “neuroticism”, tipos de personalidad abierta, concienzuda, extrovertida, conciliadora o neurótica. Pero además, y gracias precisamente a la brecha de seguridad de Facebook, Cambridge Analytica rastreó los likes de amigos de quienes aceptaban realizar el test de personalidad con la app. Con ello, y utilizando técnicas de big data, generó perfiles de 50 millones de usuarios, generando, para la campaña de Trump o del Brexit, modelos de votantes y mensajes políticos y electorales específicamente dirigidos a través de Facebook, sobre todo en referencia a la posesión de armas, inmigración o economía.
El uso de técnicas de big data y redes sociales no es una novedad. La campaña de Obama en 2008 y la de su reelección en 2012 utilizaron exitosamente técnicas de datos y personalización y segmentación de sus campañas, para lo que invirtieron recursos considerables. El problema surge en el momento de la violación de la privacidad de los usuarios, utilizando sus datos para fines políticos y comerciales para los que no habían dado su consentimiento.
En este contexto, comienzan a sentirse voces que piden por una regulación y control de las grandes compañías tecnológicas y de los datos que maneja, un vacío que, como todo indica, no puede ser llenado por las prácticas de autorregulación por las que Google, Facebook o Apple siempre se han inclinado.
A pesar de la dificultad de cuantificar la influencia de estas prácticas en los procesos electores, es indudable que tuvieron una incidencia decisiva en votaciones como las del Brexit o la elección de Trump, en las que los márgenes de diferencia que determinaron los resultados fueron mínimos.