La victoria, en cierta medida sorprendente, de Javier Milei en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas ha marcado un hito en la historia política del país.
Milei, autodenominado anarcolibertario, se convierte en el primer líder de esta filosofía en llegar al poder ejecutivo de la Argentina, un país miembro del G20 con una población de casi 47 millones de habitantes.
El resultado, inesperado por lo contundente, ha generado interés mundial, y particularmente en España, donde políticos en activo han expresado su apoyo al presidente electo.
Las lecturas que diversos analistas hacen del resultado oscilan entre quienes, por un lado, lo interpretan en clave de voto castigo al establishment político y de avance de una tendencia ultra, en la que se enmarcarían otros sucesos políticos más o menos recientes (Trump, Bolsonaro, el Brexit) y quienes, por el otro, analizan el triunfo de Milei en función de la seria crisis económica por la que atraviesa el país y el agotamiento de las dos décadas del ciclo kirchnerista.
En una nota anterior mencionábamos que esta elección parecía tener tres peculiaridades:
- mostraba la consolidación de candidaturas en bloques y la virtual desaparición del sistema de partidos;
- auguraba la obsolescencia del eje kirchnerismo – antikirchnerismo como eje estructurador de las alianzas/bloques de los últimos 15 años, con la consiguiente emergencia de un “bibloquismo” laxo;
- indicaba el carácter secundario de la economía como factor decisivo a la hora de decidir el voto (a pesar de la profunda crisis financiera y una inflación del 140 % anual).
La victoria de Milei confirma estas tendencias, aunque plantea interrogantes que hoy mismo no tienen respuesta.
Una elección histórica
Para dimensionar la victoria del candidato libertario conviene recordar que en las elecciones generales del 22 de octubre el candidato peronista Sergio Massa, actual ministro de economía, resultó ganador, con el 36,6% de los votos, frente al 29,9% de Milei y el 23,8 % de Patricia Bullrich (candidata de la alianza de centroderecha Juntos por el Cambio del expresidente Mauricio Macri).
Ese resultado, que arrojó dudas sobre las posibilidades reales de Milei para imponerse en la segunda vuelta, quedó desmentido tajantemente este domingo.
El presidente electo se impuso en el balotaje con un 55,69 % y casi 14.500.000 sufragios, frente a los poco más de 11.500.000 votos (44,31%) de Massa. Milei aglutinó el voto de la gran mayoría de quienes se decantaron en octubre por Bullrich (quien le apoyó públicamente de cara al balotaje) y por la candidatura minoritaria de Juan Schiaretti (que obtuvo entonces un 6,7% de los votos).
Se trata de resultados demoledores para el peronismo y, en particular, para su versión kirchnerista, que solo ha logrado retener la gobernación de Buenos Aires.
Y es que Milei superó el 50% de votos en casi todas las provincias, en especial en Córdoba (74,05%), Mendoza (71,14%) y San Luis (67,99%). Massa solo se impuso en Santiago del Estero (provincia de poco más de un millón de habitantes) y Formosa (600.000 habitantes).
Más aún, en la provincia de Buenos Aires, distrito que concentra el 40 % de la población del país y ha sido tradicionalmente bastión del peronismo y base y sostén de su maquinaria electoral, Massa se impuso a Milei por menos del 1 % de los votos.
¿Qué significan estos resultados?
En primer lugar, los resultados pueden ser el comienzo de la desaparición del kirchnerismo, que, de una u otra forma, ha ocupado la escena política argentina en los últimos 20 años.
Esta situación aboca al peronismo a una profunda transformación, en la que los gobernadores provinciales jugarán un papel importante. Y no es descartable una alineación pragmática de estos mandatarios con el nuevo gobierno.
En segundo lugar, aunque el presidente electo cuenta con un claro mandato popular, que es su principal (y, de momento, único) capital político, su partido, La Libertad Avanza (LLA), contará a partir del 10 de diciembre con apenas 37 bancas en la Cámara de Diputados y 7 en el Senado (sobre un total de 257 diputados y 72 senadores). Ni sumando a los diputados y senadores del PRO (el partido del expresidente Macri con el que Milei tiene una alianza más o menos informal) podrá LLA alcanzar el quórum necesario para iniciar una sesión, mucho menos aprobar leyes.
La inédita debilidad de esta aritmética parlamentaria anticipa turbulencias en un sistema bicameral como el argentino, y el más que probable uso de los llamados “decretos de necesidad y urgencia”, prerrogativa del Ejecutivo, o el recurso a formas más o menos plebiscitarias de gestión.
Los desafíos
¿Bastará, entonces, este capital político, a la vez contundente y endeble, para acometer las radicales reformas que ha prometido Milei?
El líder libertario ha ratificado medidas de enorme calado, como la privatización de las energéticas YPF y Enarsa, de la televisión pública y la agencia de noticias Telam; el cierre del Banco Central; el recorte de las transferencias financieras a las provincias; la eliminación de la mayoría de los actuales 19 ministerios, o la reforma radical de los controvertidos planes sociales para desocupados y familias.
Es de esperarse que estas y otras iniciativas, de implementarse, encuentren fuerte resistencia en varios sectores (incluido, una vez se recupere del shock de la derrota, el peronismo, sea cual sea la forma que termine adoptando) y en protestas callejeras.
Con todo, a pesar de su heterodoxia comunicativa, sus encendidos discursos y la manera en que las enuncia, Milei recupera en sus propuestas elementos reminiscentes del liberalismo y conservadurismo económicos tradicionales.
La normalización de la inserción económica en el mundo a través de la apertura de las exportaciones e importaciones; el freno a la emisión monetaria descontrolada, a la que el presidente electo atribuye la galopante inflación; la reforma del Estado, con privatizaciones y recortes de las partidas de gasto público; la clara alineación con los Estados Unidos e Israel y el alejamiento de “países comunistas” (sic) como Rusia o China, podrían ser, todas, medidas convencionales de gobiernos de centroderecha de otros países y contextos.
Milei, sin embargo, ha insistido en que ninguna de sus medidas será gradual y apuesta por políticas de shock, lo cual aboca a su gobierno a un nivel importante de incertidumbre.
Romper relaciones con Brasil o China, por ejemplo, los dos socios comerciales más importantes de la Argentina, o salirse del Mercosur, tendrían repercusiones difíciles de imaginar para un país cada vez más aislado de los flujos globales. Además, los ajustes y las consecuencias de estas y otras políticas de shock (como la dolarización) sumarían presión adicional al nuevo gobierno, en una economía que ya presenta riesgos de caer en la hiperinflación.
En ese contexto, no bastarían la guerra cultural contra “la casta” y la “izquierda de mierda” (sic), ni “la motosierra” que hizo famoso al otrora personaje mediático y hoy presidente electo. Tampoco bastaría presentarse como un outsider o enfrentarse a los medios de comunicación que lo han cuestionado o criticado más o menos abiertamente durante la campaña.
Como otros gobiernos, el de Javier Milei dependerá de los resultados económicos que genere y de que los argentinos, atribulados por décadas de estancamiento y crisis sucesivas, perciban que el presidente es el agente de un cambio real en sus vidas.Román Espino, director de Comunicación de Eurostar Mediagroup.